Ayer 8 de junio estuvo Kamala Harris, vicepresidenta del gobierno de Estados Unidos, en México. Si bien es cierto que su visita ya estaba programada previo a la contienda electoral de este pasado 6 de junio, el resultado era bastante incierto, las tendencias se inclinaban a que MORENA, el partido del presidente López Obrador, podría mantener la mayoría en las Cámaras, así como en varios estados, municipios, incluso alcaldías de la CDMX. El resultado no fue el esperado y la coalición tipo Frankestein conformada por partidos tan disímiles como PAN-PRI-PRD ganó bastantes y decisivos escaños, lo que más allá de restarle fuerza al movimiento encabezado por AMLO, lo obliga a matizar sus cabildeos para lograr los proyectos que le faltan por impulsar-concluir en esta supuesta 4T.

La visita de Harris, en este sentido, también hace posible que AMLO se siente a dialogar y a firmar el Memorándum de Entendimiento entre Estados Unidos y México de cooperación en la región, en otros términos de la reunión que mantuvieron virtualmente hace algunas semanas e incluso de forma bien distinta a la relación que mantenía con el expresidente Trump, que abarca aspectos como:

  • Cooperación y colaboración económica bilateral;
  • Reducir los homicidios y las muertes relacionadas con las drogas a ambos lados de la frontera y contrarrestar las fuerzas ilícitas que los impulsan;
  • Inversión de 130 millones de dólares en México para financiar que apoyen a los y las trabajadoras.
  • Trabajar en conjunto para fomentar el desarrollo agrícola y programas de empoderamiento de los jóvenes en El Salvador, Honduras y Guatemala;
  • Atraer inversión al sur de México;
  • Colaboración para resolver casos de desaparición en México.

Si bien es cierto que la firma de este Memorándum da cuenta de la voluntad política de Harris para resolver los problemas de fondo en Guatemala, Honduras y El Salvador, los varios y sistémicos desafíos en la región, no solo es la violencia a la que se enfrenta la población, el desempleo o falta de oportunidades para tener una vida digna, sino también la corrupción de los gobernantes (presentes y pasados) que se han enriquecido ilícitamente en mucho debido al extractivismo trasnacional que impera en el mundo y que obviamente beneficia a unos cuantos, entre otros temas que se deben abordar desde otras aristas como el crimen organizado, el narcotráfico, el endeble tejido social, la ausencia de un estado de derecho en la región, el poco o nulo acceso a los derechos sociales; hacen poco realizable un proyecto de tan envergadura que además es urgente llevar a cabo, no para frenar la migración irregular en los términos en los que estamos acostumbradas a analizar, especialmente a partir de las caravanas migrantes de 2018-2019, sino considerando lo que implica para las sociedades pospandemia el poder reconstruirse socioeconómica y políticamente hablando.

Ahora bien, podría estar de acuerdo y aplaudir la reunión y los acuerdos a los que llegaron Harris y AMLO sin titubear, pero ese no es mi trabajo, especialmente cuando llevo varios años estudiando el fenómeno. ¿Qué gana Harris al visitar México después de la jornada electoral? Tiempo, en primer lugar. En segundo lugar, y no menor, hacer llegar un mensaje unilateral de cómo se va a combatir la migración irregular en la región, que hizo patente en su visita a Guatemala, donde el mensaje fue más enfático que en México, afirmando “I want to be clear to folks in this region who are thinking about making that dangerous trek to the United States-Mexico border: Do not come. Do not come.”

En tercer lugar, especialmente con un AMLO levemente debilitado después de las elecciones, un diálogo bilateral de cómo los estadounidenses entienden el ganar-ganar, que obviamente también beneficia los megaproyectos macroeconómicos de López Obrador, como el Tren Maya y Sembrando Vida. Este ganar-ganar evidentemente se traduce en la misma política migratoria y fronteriza que hasta la fecha se ha llevado a cabo que incluye la externalización del control migratorio al sur de México en un movimiento que ya he analizado en otros lados que implica la implosión de la política fronteriza y la internalización de la frontera hasta el Istmo de Tehuantepec, que denomino frontera interregional.

Frontera Interregional, diseño Roxana Rodríguez Ortiz (2019).

Frontera interregional: reterritorializar la integración centroamericana*

Esta categoría de frontera interregional la desarrollo una vez que el actual gobierno mexicano decide en 2019 internalizar el un “cuello de botella” del fenómeno migratorio (en tránsito) en el Istmo de Tehuantepec, Oaxaca. Previo a ello, con el Programa Frontera Sur (2014), ya se había desplazado del norte de México a Tapachula, Chiapas, y Tenosoquie, Tabasco. Y es con la llegada y cruce de las caravanas migrantes de 2018-2019, y con base en los acuerdos entre Estados Unidos y México para evitar que las personas migrantes continentales y transcontinentales lleguen a Estados Unidos, que se decide internalizar el control migratorio con el supuesto de “regularizar” la situación de las personas en tránsito.

La forma de regularizar a las personas migrantes y solicitantes de refugio encuentra eco y apoyo en la CEPAL, mediante el documento denominado Plan de Desarrollo Integral El Salvador-Guatemala-Honduras-México. El documento es interesante y multifactorial, sin duda una agenda de política internacional para la región que concluye con 30 recomendaciones en apego a los cuatro objetivos generales del Plan: desarrollo económico, bienestar social, sostenibilidad, gestión integral

Y es también una réplica de lo que se está haciendo en la Unión Europea en época de Covid-19: regularizar mano de obra migrante para salir de la recesión y la crisis económica lo más pronto posible. En México y Centroamérica serviría para disminuir la pobreza en la región y para evitar la migración hacia Estados Unidos.

Este programa da cuenta de una buena intención, pero quedan varias interrogantes por resolver: ¿Porqué decidió esta ruta el actual presidente de México? ¿Es una política velada de intervención en Centroamérica? ¿De dónde vendrá la inversión? ¿Como se elegirá a quienes se puedan quedar en territorio mexicano? O, como en Europa, ¿la “inversión” en fronteras es la opción para lograr una migración cero apegada a la agenda 2030? 

En México, especialmente en el norte, no es ninguna novedad aludir a la metodología o al Plan de la CEPAL, como tal, pues ya existe una relación de cadenas de valor con la incorporación de la maquila a los procesos productivos de la región desde los años sesenta del siglo pasado (un tema que ya trabajé en su momento y daré cuenta de ello brevemente en el siguiente capítulo). Lo que es novedoso y por lo tanto implica un alto riesgo del desbordamiento de la ausencia del estado de derecho es justamente el impacto de una propuesta de desarrollo económico y social en una región tan desigual, precarizada y explotada precisamente por intereses transnacionales que tienen puestos los ojos en los recursos naturales tan vastos que podemos encontrar en Centroamérica y en el sur de México. De ahí la pertinencia de diseñar la categoría de frontera interregional desde la ontología social y la ontología política, pues este análisis también da cuenta justamente de aquello que algunos filósofos han evidenciado en otros momentos y en otras regiones con respecto a la “territorrialización y desterritorializacion del ciudadano”.

Independientemente de que en los términos macroeconómicos y la inversión que el gobierno estadounidense va a realizar en México y en Guatemal principalmente, lo que no podemos perder de vista es justamente cómo se va a llevar a cabo la reterritorialización de la condición de refugio en México y la desterritorialización de la migración.

La apuesta de política migratoria actual es una aporía a todas luces, mientras le apuesta a la categoría de la frontera de la securitización para cumplir con los compromisos con Estados Unidos de evitar (impedir) la llegada de personas migrantes y solicitantes de asilo a su frontera sur, la frontera interregional es una categoría que requiere la integración, el intercambio, la movilidad, pero no de personas, sino de un sector industrial y comercial particular y para ello es necesario realizar un registro ordenado de las personas migrantes y solicitantes de refugio que intenten ingresar al país (muy al estilo de lo que hizo Angela Merkel en 2015 con la mal llamada crisis de los refugiados sirios).

Veremos si en estos tres años de gobierno que le quedan a AMLO y a Harris se logran los anhelados proyectos por y en beneficio de todas.

*Fragmentos del libro Roxana Rodríguez Ortiz (2020). Migración Cero. Reterriorializar la condición de refugio en México.

Hoja informativa: Cooperación binacional entre Estados Unidos y México: https://www.state.gov/translations/spanish/hoja-informativa-cooperacion-bilateral-entre-estados-unidos-y-mexico-2/

2 respuestas a “¿Qué ganó Kamala Harris al llegar a México después de las elecciones del 2021?”

  1. Avatar de Perspectivas de la economía política mexicana para el siglo XXI – Roxana Rodríguez Ortiz

    […] en proyectos regionales: Tren Maya, Istmo de Tehuatepec, Zona libre de la frontera norte, y aeropuerto internacional «Felipe Ángeles» (Santa […]

  2. Avatar de Urge abordar la ética en la gobernanza global de las fronteras y las migraciones – Roxana Rodríguez Ortiz

    […] Desafortunadamente mucho se habla de gobernanza global sin la claridad necesaria para comprender que nuevamente es un mandato condicionado del derecho internacional que no solo contraviene la soberanía de los países (si es que eso todavía existe), sino que en nombre de la excepcionalidad se transgreden a discreción muchos de los derechos que se pretenden defender por lo menos en papel y se establecen mecanismos proteccionistas y de seguridad fronteriza que favorecen a cierto tipo de inversiones auspiciadas por megaproyectos nacionales (Tren Maya, Sembrando Vida). […]

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