I
Extraño tanto a escritores como Mario Levrero, incluso a Proust, en quienes se les iba la vida en la escritura y en su escritura no pasaba nada. Una cronología de acciones sin sentido y sin importancia para nadie. Un diario, un registro, un anecdotario de su estar en el mundo con pocas pretensiones y muchos alcances. Nada que ver con lo que se escribe hoy. Los blogs se están remasterizando. Cambia la interfaz, algo más explosivo para la retina de quien da clic. Existe mucha competencia actualmente, es difícil saber a quién leer o qué leer. Los textos de filosofía se escriben en tres mil palabras. Una desgracia, no entiendo nada. Prefiero regresar a Derrida. Otra generación. Te adaptas a esta nueva dinámica estéril de escribir o dejas de estar en la nube. Un mandato de la inmediatez de los comandos, de los neologismos de la ciberseguridad, de la escritura digital, de la existencia virtual que desconozco en su totalidad. A veces incluso me cuesta trabajo identificar si lo que leo lo escribe un humano, un bot, el ChatGPT u otra IA.
II
Terminé de escribir un artículo, mínimo 8 mil palabras, máximo 10 mil. Una barbaridad para los tiempos que corren. Me estresé tanto que terminé con una crisis de ansiedad severa, dijo mi analista. Un artículo que empecé a escribir hace dos meses sobre las manifestaciones en Los Ángeles, mientras me lo imaginaba, antes de escribirlo, sonaba super original. Cuando me senté en la computadora me pareció más de lo mismo. Nunca me había pasado, la escritura digital de los otros me está haciendo insegura, ya no sé cómo terminar un texto. Aun así lo terminé porque era una deuda pendiente con los chicanos que salieron a dar la batalla contra Trump 2.0.
III
Después de la crisis de ansiedad severa decidí eliminar de mi celular el resto de las aplicaciones correspondientes a las redes sociales que me faltaban por borrar. De FB y X ya había borrado mi cuenta hace más de dos años. Me quedé con IG y TikTok, pero me saturé de tanta cosa bonita, de tanta Aesthetic alejada de la realidad del país. Un ejemplo: De camino a la UACM, tomo Av. Tláhuac, tierra de nadie, donde prevalece lo Aesthetic – kitch. El kitch nos ha hecho mucho daño como sociedad, como cultura. Ayer les comentaba eso en el seminario de Filosofía de la Cultura a mis estudiantes. ¿Cómo habitar el oriente de la ciudad? ¿Cómo pensar la filosofía desde la periferia? No pierdo la esperanza, veo en sus ojos una ventana de posibilidad cada vez que les recuerdo que de donde sea que vengamos, algo tenemos que decir, pensar, aportar al pensamiento contemporáneo. Otra batalla que dar en tiempo presente.
IV
También espero que pase, que la gente que escribe, la gente que consideraba seria, en algún momento se de cuenta que están alimentando al Behemoth del capitalismo, de la tecnocracia, de la tecnopolítica que, según ellos critican. Así como extraño el derecho internacional que funcionaba a medias, extraño a quienes subían en sus redes sociales lo que desayunaban, sus vacaciones, lo que pensaban. Las redes están revolucionadas, la escritura también. Estamos expuestos a mucha superficialidad cotidiana cuando las aguas no están para hacer tantas olas. Y no lo digo precisamente por el chubasco que sigue cayendo en la CDMX mientras escribo esto.
