La guerra perpetua

Haciendo una analogía con el ensayo Sobre la paz perpetua que Kant escribió en 1795 es que me interesa elaborar algunas reflexiones.

La “guerra de los 12 días” entre Israel e Irán, como ayer la denominó Trump cuando se vanagloriaba de su intervención “diplomática” para lograr un acuerdo de paz que duró lo mismo que un posteo en cualquier red social me recuerda a este hermoso texto de Kant que en su sección primera contiene 6 “artículos preliminares para la paz perpetua”, de los cuales solo voy a recuperar dos.

El primero, a la letra dice: “1. No debe considerarse ningún tratado de paz que se haya celebrado con la reserva secreta sobre alguna causa de guerra en el futuro” porque, de acuerdo, a Kant, esto solo representaría “un aplazamiento de las hostilidades” y no el fin de las mismas, como lo hemos observado en, por lo menos, tres de los conflictos armados a nivel mundial: Rusia-Ucrania, Israel-Gaza e Israel-Irán. En cada uno de estos conflictos (guerras) han existido diferentes voluntades políticas para ponerles fin desde la vía diplomática, pero con poco éxito.

¿El fin de estos conflictos necesariamente nos conduce a la paz perpetua? La respuesta es no, hemos vivido en guerra desde hace cien años: primera y segunda guerra mundial, guerras de independencia en diferentes lugares del mundo, guerra fría, guerra(s) en Medio Oriente, aunado a las tres guerras de las que estamos siendo testigo in situ, más las guerras locales, que los gobiernos prefieren no mencionar, como la guerra contra el narcotráfico en México.

El segundo artículo que me interesa comentar dice lo siguiente: “6. Ningún estado en guerra con otro debe permitirse tales hostilidades que hagan imposible la confianza mutua en la paz futura, como el empleo en el otro Estado de asesinos, envenenadores, el quebrantamiento de capitulaciones, la inducción a la traición, etc.”, porque, según Kant, el hecho de “perder la confianza en la mentalidad del enemigo […], las hostilidades se desviarían hacia una guerra del exterminio”. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

Sabemos que la guerra incentiva la economía mundial, especialmente en momentos de recesión como el que se avecina a nivel global; es decir, la guerra es una manera de perpetuar la acumulación de riqueza de unos cuantos, sin importar los daños colaterales, incluyendo el exterminio, como el que observamos en Palestina. Un exterminio que es posible porque, por un lado, Netanyahu (como otros) cree que habla en nombre de la razón, lo que, por otro lado, le provee de inmunidad. La inmunidad que le otorga no respetar el derecho internacional vigente. Una aporía.

A lo largo de estos cien años también hemos experimentado ciertas pausas o treguas que nos dan un respiro como humanidad para saborear las mieles de eso que entendemos por paz; treguas que nos permiten hacer teoría y escribir nuevas legislaciones supranacionales a partir de ciertas categorías universales como territorio, soberanía o seguridad.

Quizá en este primer cuarto de siglo, como dijo Benjamin en su momento, debemos “cepillar la historia a contrapelo” y reconocer que la tensión guerra-paz es una narrativa tecno-capitalista. Tensión que debemos analizar más allá de su propia semántica o de la semántica en la que nos quieren meter quienes hacen y están en guerra porque es muy probable que, llegado el momento de decidir si tensar más la liga o hacer la paz, nos enfrentemos a otro orden mundial, otro escenario global, con pocas herramientas analíticas para enfrentarlo, como también ha sucedido en el pasado. Otra aporía.


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