Desde diversas posturas se ha analizado la obra de Franz Kafka, si bien es cierto que es un escritor realista, también lo es el hecho que algunos teóricos lo consideran fantástico y, los menos, irónico. Hablar desde una sola postura sería imposible, porque imposible es tratar de comprenderlo. A continuación deconstuyo ciertas similitudes de pensamiento que encontré entre Franz Kafka y Jacques Derrida, basándome en su propia genealogía.

Similitudes entre el realismo kafkiano y la filosofía derridiana

A pesar de la brecha generacional que existe entre Franz Kafka y Jacques Derrida (1930), algunas similitudes histórico-culturales encuentro entre ellos, la primera es que nacen en países conquistados por otros, y fuertemente influenciados por la cultura dominante: en el primero, por Alemania, y, en el segundo, por Francia. Ambos padecieron del rechazo, debido a la religión judía: Kafka por haber nacido en un momento donde Praga estaba en manos de los alemanes, y Derrida porque en la Argelia de ese tiempo los judíos eran marginados y, conforme se acercaba el inicio de la Segunda Guerra Mundial, también perseguidos:

Creo que seguía resultando incomprensible para muchos judíos en Argelia, tanto más cuanto que no había alemanes. Se trataba de iniciativas de la política francesa de Argelia, más severa que en Francia: todos los profesores judíos de Argelia fueron expulsados de los colegios. Para esa comunidad judía las cosas seguían resultando enigmáticas, quizás no eran aceptadas, pero sí padecidas como una catástrofe natural para la que no hay explicación.[9]

En este sentido, así como Kafka estaba fuertemente influenciado por la religión judía, lo cual se percibe en sus textos como una búsqueda incesante de la verdad y la justicia. Derrida la rechazaba, mas encontró en ella un camino para explorar el humanismo que hasta ahora profesa:

En cierto modo yo no quería pertenecer a la comunidad judía, había estado haciendo novillos durante casi un año antes de aceptar volver de nuevo al liceo judío de Argel, creado con los profesores judíos expulsados y en el que me habían inscrito. No soportaba el encierro dentro de esa comunidad y, por consiguiente, dentro de mí se había producido una profunda ruptura afectiva. Por otro lado, me convertí en alguien extremadamente vulnerable ante cualquier manifestación antisemita o racista, muy sensible a las injurias que brotaban a cada paso, sobre todo por parte de los niños. Esa violencia me marcó para siempre.[10]

Esta ambivalencia que marca definitivamente el rumbo de ambos escritores también está determinada por la situación familiar: Kafka padecía tener que trabajar en una oficina y rendir cuentas a su padre. Derrida, por su parte, se sentía incomprendido por su familia, por lo que “escribir poemas en el diario, era la respuesta secreta y privada del niño al que su familia no escuchaba”.[11] En este sentido, la escritura, la inscripción, más que una fascinación se convierte en una forma de vida para ambos: Kafka, mediante el realismo de sus textos, logra a través de sus personajes un desdoblamiento de su ser interior:

El sentido que me lleva a manifestar mi visionaria vida interior hizo que todo lo demás resultara secundario, pero ahora se ha atrofiado de una manera terrible y no cesa de atrofiarse más. Nada, fuera de dicho sentido, podría jamás satisfacerme. Mi poder de manifestación ha llegado a un desconcierto total, acaso haya desaparecido para siempre, o tal vez me vuelva; sea como fuere, las circunstancias actuales de mi vida no le son propicias. De modo que oscilo, vuelo incesantemente a la cima de la montaña, pero apenas puedo mantenerme arriba durante un momento.[12]

Derrida, por su parte, cedió ante la necesidad de escribirlo, de decirlo, “todo” en su diario para abrirse paso dentro del pensamiento filosófico:

Sin renunciar a la filosofía, lo que me ha interesado es devolverles sus derechos a unas cuestiones sobre cuya represión se construyó la filosofía, al menos en lo que tiene de predominante, de hegemónico. Lo que es hegemónico en la filosofía se constituyó por el desconocimiento, la negación, la marginación de unas cuestiones que algunas obras literarias permiten formular, que son el cuerpo mismo de esos escritos literarios. He tratado de agudizar la responsabilidad filosófica ante una posibilidad que no es simplemente literaria, pero que también forma parte de los discursos filosófico, jurídico, político, ético: la posibilidad de simulacro de ficción.[13]

La literatura es para Derrida la forma de decirlo todo, algunas veces de manera irresponsable, otras despojándose de la inscripción, de la huella que deja de pertenecerle al escritor para convertirse en literatura en las manos del lector. Por el contrario, la forma como concibe la filosofía, es una forma de decir las cosas, de formalizarlas, y, al mismo tiempo, de hacerse responsable de ellas. En este sentido, el cuestionamiento entre el ser y el deber ser de la escritura al que se refiere Derrida en De la Gramatología, donde “en un sentido corriente la escritura es letra muerta, es portadora de la muerte, ahoga la vida. Por otra parte, sobre la faz del mismo intento, la escritura en un sentido metafórico, la escritura natural, divina y viviente, es venerada; es igual en dignidad al origen del valor, a la voz de la conciencia como ley divina, al corazón, al sentimiento, etcétera”;[14] es lo que determinará todo el pensamiento filosófico derridiano.

Tanto en Kafka como en Derrida siempre está presente esta ambivalencia entre el deber ser y el ser. En el primero, principalmente en la forma de actuar dentro de una sociedad, mientras que en el segundo en la escritura como manera de acceder al conocimiento. Ambos buscan el fin último del sentido de la vida, o el origen primario de la misma, mediante el desgajamiento de los signos. Signos que a su vez tienen un significado cuyo significante es simplemente la expresión del contenido. En este sentido, la preocupación para Derrida, más allá de establecer un modelo teórico de crítica literaria, consiste en determinar el origen primigenio, no sólo de la escritura, también del pensamiento occidental.

Deconstruyendo a Kafka

La deconstrucción, de acuerdo a Derrida, “es un gesto de afirmación, un sí originario que no es crédulo, dogmático o de asentimiento ciego, optimista, confiado, positivo, que es lo que viene supuesto por el momento de interrogación, de cuestionamiento, que es afirmativo”.[15] La deconstrucción no es destrucción, es construcción de un origen, es des-construir la huella que nos lleve a la verdad de nuestra existencia, de nuestra presencia, de nuestro ser. Es remitirnos al sentido primero u origen del signo, a la archiescritura, según la cual “la pretendida derivación de la escritura, por real y masiva que sea, no ha sido posible sino con una condición: que el lenguaje ‘original’, ‘natural’, etc., no haya existido nunca, que nunca haya sido intacto, intocado por la escritura, que él mismo haya sido siempre una escritura”.[16] En este sentido, la escritura tiene mucho de cultura o la cultura de escritura, se puede hablar de una escritura natural o de una escritura construida en un origen indescifrable gracias a que las “tachaduras” de la experiencia, de la presencia, nos impiden ver las huellas primigenias; de tal forma, se puede afirmar que la huella siempre ha estado ahí en la conciencia de la civilización, puesto que según Kafka, las palabras “dejan huellas dactilares en los cerebros que en un abrir y cerrar de ojos pueden convertirse en pisadas de la historia”.[17]

Derrida hace una fuerte crítica a los modelos filosóficos existentes hasta finales de los sesenta, con el propósito de combatir, mediante la Gramatología, el logocentrismo y etnocentrismo de la escritura fonética, generando un giro dentro de la ciencia de la escritura, la cual había estado dominada por la metáfora, la metafísica y la teología. Dicho modelo, más allá de una forma de pensamiento, también es, según Gadamer, la crítica a la fenomenología de Husserl, la cual termina en “la convincente eliminación del sujeto trascendental y, por tanto, en la crítica a un concepto de identidad que no incluya en sí la diferencia”.[18] Differance, entendida como la condición de temporalidad en cualquier esquema: “no puede en tanto condición de cualquier sistema lingüístico, formar parte del sistema lingüístico en sí, estar situada como un objeto dentro de su campo”.[19]

La deconstrucción como modelo de crítica literaria permite desmenuzar los textos para llegar o intentar llegar al origen de su creación. En el caso de Kafka, la deconstrucción es una herramienta para acceder a todas las huellas de su obra, pues éstas son tan elementales y realistas que cualquiera podría pasarlas de largo. Sus textos están cargados de elementos autobiográficos sin los cuales sería imposible tratar de encontrar ese origen primigenio o esa verdad última, la cual, según Kafka, “todo hombre necesita para vivir y que, sin embargo, no puede obtener ni adquirir de nadie. Cada persona tiene que producirla una y otra vez a partir de su propio interior, o de lo contrario dejará de existir. La verdad no es posible. Quizá la verdad sea la verdad misma”.[20] No sólo la verdad, también la justicia y el sentido de la vida son temas recurrentes en la obra de Kafka. Obra cargada de culpas por no ser quién debe ser –según su padre, o la sociedad- de responsabilidades mal entendidas y mal encausadas cuya única vía de escape, de liberación, encuentra su cauce en la escritura, como en el caso de la Carta al padre: “En las últimas páginas de esa carta, Kafka se dirige a sí mismo, ficticiamente, más ficticiamente que nunca, la carta que piensa que su padre habría querido, habría debido, en todo caso habría podido remitirle como respuesta”.[21] Respuesta que encontramos en textos, donde el ser y el deber ser siempre se enfrentan, los deseos, los sueños se ven mitigados por la realidad; realidad de la cual no puede evadirse si no es a través de la fantasía, la ironía, las metáforas o como en la Fabulilla:

-¡Ay! –decía el ratón-. El mundo se vuelve cada día más pequeño. Primero era tan ancho que yo tenía miedo, seguía adelante y me sentía feliz al ver en la lejanía, a derecha e izquierda, algunos muros, pero esos largos muros se precipitan tan velozmente los unos contra los otros, que ya estoy en el último cuarto, y allí, en el rincón, está la trampa hacia la cual voy.

-Solo tienes que cambiar la dirección de tu marcha –dijo el gato, y se lo comió.[22]

Texto de una sencillez impecable, lleno de significados y significantes, donde cada palabra, cada oración, está perfectamente pensada para generar ese sentimiento de angustia, de desolación, de sin sentido, puesto que siempre estamos rodeados por esas barreras que nos impiden salir a menos que sea para morir. Casi como una expresión darwinista, Kafka se enfrenta al destino mediante la ley del más fuerte, donde éste casi siempre está identificado con la autoridad paterna o con las instituciones que coartan su libertad de escritor y lo remiten a una oficina de cuatro muros, cuya única salida es la boca del lobo: la oscuridad total, ya sea la oscuridad de la noche que inspira sus mejores textos o la oscuridad de su enfermedad que le genera la muerte. Los animales, otro elemento recurrente en la obra de Kafka, reflejan la pequeñez de su persona ante ese ser supremo, pero a la vez se burla de él, haciéndolo menos mediante la ironía, la irrealidad de su existencia, de su sin sentido de la vida, de su monotonía y de su abnegación ante las leyes sociales, religiosas y morales. Kafka se burla de sí mismo y de los demás, como con la risa sin pulmones de Odradek.

El devenir del nuevo siglo

Kafka fue un parteaguas en la forma de hacer literatura durante el siglo pasado, sobre todo en la literatura fantástica, donde dejó a un lado las historias de fantasmas y vampiros para develar un mundo real mediante un discurso lleno de significados, metáforas y fábulas. Mediante personajes insólitos que caen en lo burlesco o lo fantástico, y que le permitieron cobijarse de la desosegada vida industrial que se avecinaba con el inicio de siglo y con sus posteriores conflictos armados. Kafka inicia una crítica al sistema capitalista aun vigente en nuestros tiempos, de la cual poco hemos aprehendido y quizá nunca lo hagamos del todo. Pasarán los años y Gregor Samsa seguirá viviendo como un insecto incapaz de enfrentarse a la autoridad, o nosotros seguiremos esperando Ante la ley a que se abra la puerta que nos permita acercarnos a lo que entendemos por ley, justicia y verdad.

Derrida, por su parte, también se ha convertido en una pieza clave para el pensamiento filosófico occidental de este siglo anterior, aunque, si bien es cierto lo que dice Gadamer: “no se debería fundar con Derrida el giro hacia la escritura exclusivamente en el desarrollo literario de la cultura europea”,[23] puesto que “la dimensión de la escritura que hay que descifrar representa ciertamente un modelo fructífero para toda experiencia”.[24] En este sentido, refutando lo que dice Derrida sobre la muerte del libro, no sólo concuerdo con Gadamer, quien de una manera optimista –contrariamente al relativismo derridiano- afirma que “la palabra que se encuentra hablando es la que tiene que ser encontrada de nuevo en la lectura de textos, si es que queremos que los textos hablen. Esto es válido tanto para la voz del habla como para la lectura, incluso cuando se trate de un mundo que ha surgido literariamente y que, por tanto, no tiene voz”.[25]

¿Qué nos depara este siglo? Seguramente como bien lo señala Derrida, una mayor concentración del logocentrismo y etnocentrismo, producida no solo porque el lenguaje haya dejado de tener límites, sino porque esos límites cada vez son más ajenos a nuestra realidad y están fuera de control; esos límites ya no los determinan las instituciones, ahora están enmarcados por la informática, el libre ir y venir de la información, que a su vez, en vez de generar más información, sólo genera datos, signos sin significado, huellas sin archiescritura, porque así como aparecen, desaparecen, se difuminan en el espectro virtual de la fibra óptica, se desvanecen en nuestros ojos y eso imposibilita la codificación en nuestra mente. Entonces, dónde queda el origen, dónde el modelo primigenio, dónde quedamos como cultura, dónde como seres humanos. El reto del nuevo siglo transgrede nuestra existencia, mas no por eso es imposible enfrentarlo, aunque es responsabilidad de cada uno dejarse llevar por el abismo del logocentrismo. Roxana Rodríguez OrtizBarcelona 2003

Bibliografía:

Broad, Max (1951), Kafka, Madrid, Alianza, 1974.

Canetti, Elías, (1969), El otro proceso de Kafka, Madrid, Alianza, 1983.

Derrida, Jaques, De la gramatología (1967), México, Siglo Veintiuno, 1978.

–Dar la muerte (1999), Barcelona, Paidós, 2000.

– ¡Palabra!, Madrid, Trotta, 2001.

Gadamer, Hans-Georg (1993), Mito y razón, Barcelona, Paidós, 1997.

Janouch, Gustav (1968), Conversaciones con Kafka, Barcelona, Destino, 1999.

Kafka, Franz, Bestiario, Barcelona, Anagrama, 2000.

– La metamorfosis y otros relatos, Madrid, Cátedra, 2001.

– Padres e hijos, Barcelona, Anagrama, 2002.

Robert, Marthe (1979), Franz Kafka o la soledad, México, F.C.E., 1985.


[1] Una constante aflicción en la vida de Kafka, de la cual no puede evitar culpar a la madre, pues ésta no se empeñó en enseñárselo, es no saber yiddish ni hebreo; aunque al final de su vida dedicó gran parte de su tiempo al aprendizaje de este último. Asimismo, uno de sus sueños era visitar la Tierra Prometida: “a pesar de no haber emigrado a Palestina, mi dedo habría hecho el viaje por el mapa”. (Max Brod, Kafka, Madrid, Alianza, 1974, p. 162).

[2] Elías Canetti, El otro proceso de Kafka, Madrid, Alianza, 1983, p. 41.

[3] Gustav Janouch, Conversaciones con Kafka. Notas y recuerdos, Barcelona, Destino, 1999, p. 186.

[4] Ibíd., p. 273.

[5] Ibíd., p. 264, 265

[6] Max Brod, Kafka, Madrid, Alianza, 1974, p. 169.

[7] Ibíd., p. 130.

[8] Janouch, op. cit., p. 316.

[9] Jaques Derrida, !Palabra¡, Madrid, Trotta, 2001, p. 16

[10] Ibíd, p. 17.

[11] Ibíd, p. 19

[12] Brod, op. cit., p. 93.

[13] Derrida, op. cit., p. 23

[14] Jaques Derrida, De la Gramatología, México, Siglo Veintiuno, 1978, p. 24

[15] Derrida, ¡Palabra!, p.66

[16] Derrida, De la gramatología, p. 73

[17] Janouch, op. cit., p. 117

[18] Hans-Georg Gadamer, Mito y razón, Barcelona, Paidós, 1993, p.97

[19] Derrida, De la gramatología, p. 78

[20] Janouch, op. cit. p. 282

[21] Jaques Derrida, Dar la muerte, Barcelona, Paidós, 2000, p.125

[22] Franz Kafka, Bestiario, Barcelona, Anagrama, 2000, p. 57

[23] Gadamer, op. Cit., p. 99

[24] Ibíd, p. 99

[25] Ibíd, p. 99

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