TENTATIVAS DE DEFINICIÓN [1]
Parece que ha llegado el momento de intentar proponer una definición de modernidad y de posmodernidad, en qué se parecen y en qué se contraponen, qué las hace convivir en un mismo espacio y tiempo. Me hubiera gustado no tener que asumir esa responsabilidad pues abarcan tantos ámbitos que cualquiera se puede perder en tratar de distinguir la una de la otra; aun así, considero que para el presente trabajo es necesario definirlas, enfrentarlas, analizarlas y discutirlas, de otra forma no podría afirmar (1) que se puede hablar de posmodernidad literaria en México, y (2) que los escritores analizados corresponden a este momento posmoderno. Lo dejo en momento, porque me parece que la posmodernidad no es tanto un concepto, como un espacio en la historia tratando de llenar el vacío que ha dejado la modernidad.
El término moderno tiene una historia que se remonta al siglo V, con el fin de distinguir claramente lo cristiano de lo romano, aunque algunos escritores lo ubican a partir del Renacimiento; también se puede utilizar a partir de la Ilustración o en cualquier caso donde se dé una transición de lo antiguo a lo nuevo. Habermas menciona que el término moderno apareció y reapareció en Europa durante los periodos “en los que se formó la conciencia de una nueva época a través de una relación renovada con los antiguos y, además, siempre que la antigüedad se consideraba como un modelo a recuperar a través de alguna clase de imitación” (Habermas, 2002: 20). Es un hecho, entonces que la afirmación del carácter universal sobre la razón, así como el rechazo a la autoridad de la tradición y la aceptación de lo nuevo, lo diferente, la ruptura, definen a la modernidad, aunque ésta siempre vuelva a los orígenes, a los clásicos, puesto que una vez que lo moderno se vuelve obsoleto se reinventa en la historia y recrea sus clásicos. La modernidad, en este sentido, así como se vive en el arte, también lo hace en los modelos económicos de producción y consumo; sin embargo dichos modelos son resguardados contra las transformaciones culturales, pues son éstas las que generan los cambios de actitud, de comportamientos y de identidad, por lo que las tradiciones deben conservarse todo lo posible. Acaso la modernidad no es una contradicción, o como lo llama Habermas, un proyecto incompleto.
Es en la incompletud donde quizás podemos ubicar la línea divisoria entre modernidad y posmodernidad, puesto que se puede complementar el proyecto de la modernidad añadiéndole el término pos de posmoderno, el cual significa una despedida de la modernidad en el sentido de “sustraerse a sus lógicas de desarrollo y sobre todo a la idea de ‘superación’ crítica en la dirección de un nuevo fundamento” (Vattimo, 2000: 10). De tal forma podemos afirmar que estamos en un momento ulterior respecto de la modernidad, respetando las características de superación y de progreso, puesto que lo posmoderno se caracteriza como novedad respecto a lo moderno y como disolución de lo nuevo. Es decir, como experiencia del “fin de la historia”, en lugar de un estadio diferente (indistintamente más avanzado o más retrazado) de la misma historia.
Este “fin de la historia” posmoderno no se refiere a un fin catastrófico, nihilista, sino al fin de una historia inamovible, no unitaria, generada por los centro historia que reproducen los medios y la tecnología. La posmodernidad no significa pesimismo, antes bien, como se mencionó, intenta rescatar lo rescatable de este mundo global, del uso de los medios, la ciencia y la técnica, mediante una filosofía posmoderna, donde el saber contemporáneo sea propio de la multiculturalidad actual e interactué en los distintos niveles de conocimientos sin remitirse a un sólo centro de historia:
Se trataría de no enderezar ya la empresa hermenéutica sólo hacia el pasado y sus mensajes sino de ejercerla también en los múltiples contenidos del saber contemporáneo, desde la ciencia y la técnica a las artes y a ese “saber” que se expresa en los mass-media, para reconducirlos de nuevo a una unidad, la cual tomada en esta multiplicidad de dimensiones, ya no tendría nada de esa unidad del sistema filosófico dogmático y ni siquiera los caracteres fuertes de la vida metafísica. (Vattimo, 2000: 157)
Ubicar el inicio de la posmodernidad en una época, como se ubicó el inicio de la modernidad, resulta arbitrario, sin embargo es importante mencionar dicho dato para los fines prácticos del presente trabajo, ya que el objetivo principal del mismo es abordar los elementos que repercuten de forma negativa (económicos, políticos, sociales, culturales) durante esta época, en la producción literaria de los artistas y teóricos contemporáneos, puesto que muchos de ellos están haciendo un trabajo por sobrellevar e incluso contrarrestar dichos efectos. En este sentido, Lyotard ubica a la posmodernidad después de la segunda guerra mundial, puesto fue gracias a la introducción de nuevas tecnologías y al uso sistemático de la destrucción de poblaciones civiles como se le dio fin a la guerra, lo que demuestra un cambio en la forma de operar, pues se violan los ideales de la modernidad que, de acuerdo con Vattimo, “estipulaban que todo lo que hacemos en materia de ciencia, de técnica, de arte y de libertades políticas, tiene una finalidad común y única: la emancipación del hombre” (Vattimo, 1994: 50). Esta emancipación ha ido cediendo terreno ante la vorágine de los medios de información y la tecnología, el consumo y la globalización, así como ante la ruptura de las fronteras y la multiculturalidad, pues cada vez es más complicado encontrar el equilibrio entre nuestras garantías individuales y las necesidades de la mundialización.
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[1] Los textos que a continuación presento (divididos en varias entradas) son una parte de mi tesis de maestría en Teoría de la literatura y literatura comparada, titula «Frontera, juego y desasosiego en la literatura mexicana contemporánea. Un diálogo posmoderno con los textos de Jorge Volpi, Ignacio Padilla, Mario Bellatin, Luis Humberto Crosthwaite y Cristina Rivera Garza».
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