"Desconocido" no dice
el límite negativo
de un conocimiento.
Ese no-saber
es el elemento de la amistad
o de la hospitalidad
para con la trascendencia
del extranjero,
la distancia infinita del otro.
Derrida
El 1 de julio de 2018 me levanté con la certeza del triunfo. Un triunfo necesario y anhelado para nuestra maltrecha democracia y precaria ciudadanía. He de confesar que es la segunda vez que voto por Andrés Manuel López Obrador, y la primera que lo hago por convicción. Vengo de una familia panista, creyente de los ideales del partido de Clouthier (padre), que perdió las elecciones presidenciales de 1988, lo mismo que Cuauhtémoc Cárdenas, contra Carlos Salinas de Gortari, es por ello que mis primeras votaciones las hice con conciencia por el PAN. En 2000 le aposté a la transformación del país con el proyecto político de Fox y, en 2006, hice lo mismo con Calderón. Para 2012 era tal mi desencanto y escepticismo que «por no dejar» voté por AMLO.
Hace 30 años se fraguó el primer intento de dar paso a la transición partidista (después de décadas de la conformación del PNR-PRI), fue la primera ocasión que se hizo fraude electoral, y es el momento político que le da cauce a la narrativa de este triunfo que López Obrador ha denominado «cuarta transformación». No haré apología de AMLO, no porque no crea que se lo merece, sino porque si la hiciera caería en analogías obscenas, por no decir cursis, de lo emocionada que estoy con este triunfo, y de lo sorprendida que me tiene un personaje político de esta calidad.
Prefiero hacer hermenéutica del triunfo a partir de mi propia experiencia: hace 30 años también se fraguó el modelo neoliberal en el que estamos inmersos y que es de todos conocidos. En un par de décadas pasamos de la economía mixta de fronteras cerradas a la economía global, mundializada, entendida por Jean-Luc Nancy como un desplazamiento de la producción. Es de todas conocido que este desplazamiento implicó también el desplazamiento de las relaciones de poder entre estado, ciudadanía y mercado (gubernamentalidad), que dio por resultado una práctica de justicia distributiva utilitaria e inequitativa, que a la fecha solo ha ocasionado desigualdad, pobreza y desplazamiento de la movilidad humana (migraciones) en todos los continentes.
A este escenario global se suma la voracidad del grupo que apoyó al presidente saliente para llegar al poder en 2012: Enrique Peña Nieto, quien no solo con la experiencia de las viejas prácticas priistas familiares, sino con la ambición de las generaciones que no construyeron un país, pero recibieron la instrucción del poder como sometimiento y explotación del otro, liquidaron (temporalmente) lo que quedaba de su partido.
EL PRI es un partido camaléonico, formador de cuadros políticos, incluso de algunos grupos que le dan forma a MORENA y al resto de los partidos políticos del país. El PRI ha sido la escuela política de generaciones, para bien y para mal, por ello es aventurado afirmar que este triunfo ha sido lapidario de sus ideales, contrario a lo que sí pasó con el PRD: este partido cavó su tumba, justamente por ser desleal y carecer de ideología política.
¿Qué otros elementos le van dando forma a este triunfo? El fracaso de la política militar de Fox y, especialmente, Calderón, en contra del crimen organizado que se traduce en omisiones en el estado derecho empezando por los feminicidios, la desaparición de migrantes y estudiantes, la intimidación y asesinato de defensores de derechos humanos y periodistas; así como por el despojo de tierras comunales, encarcelamiento de indígenas y líderes comunales, para llevar a cabo las supuestas reformas estructurales.
Puedo escuchar a los defensores del neoliberalismo diciendo que todo fue por la estabilidad macroeconómica del país, para evitar las devaluaciones del peso y la inflación de sexenios anteriores. Son argumentos, sin duda, podría decir que incluso los comparto, pero no son suficientes porque con un sistema económico liberal se favorecieron unos cuantos, el 1% de ricos, y el resto del mundo los mantenemos.
Quizá lo que no se ha comprendido de la indigna y precaria situación en la que estamos inmersos, tengamos o no bienes, dinero, calidad de vida, estado de bienestar, es que la crisis es mundial y el cambio, como tal, también debe ser pensado de forma similar; es decir, para cambiar también tenemos que pensar en el otro, y eso me parece es justamente lo que está proponiendo López Obrador cuando habla de la cuarta transformación.
Podemos pensar ese otro desde cualquier ideología, perspectiva, pero pensémoslo, como lo hizo Levinas, y también Derrida (pensando en la muerte de Levinas): «deslumbrado por esa necesidad que no es una coacción sino una fuerza muy suave que obliga, y que obliga no ya a doblegar de otro modo el espacio del pensamiento en su respeto del otro, sino a llegar hasta esa otra curvatura heteronómica que nos remite a lo radicalmente otro»; es decir, la justicia.
No quisiera extenderme demasiado en la hermenéutica del triunfo, aunque estoy tentada, pues da más para una reflexión filosófica que política y eso me haría divagar entre la teoría y la praxis con un resultado narrativo quizá poco claro; por ello regreso al fenómeno del triunfo como tal. Qué otros elementos lo hicieron posible, una autocrítica del propio AMLO de cara a sus errores pasados, literal puso entre paréntesis el juicio (epojé), y prefirió atender el llamado de sus asesores con una consciencia intelectualmente clara (Husserl) de lo que implica llegar a la presidencia en pleno siglo XXI, y en las corroídas condiciones de corrupción en la que estamos inmersos, aunado al resto de problemas que emanan de esta situación y de las que no son tan evidentes. He ahí el acontecimiento de lo imposible como posible y, evidentemente, la duda no incrédula de sus adversarios.
El acontecimiento de la duda es quizá lo que haga posible la cuarta transformación. El primer paso ya lo dio, tiene un equipo de trabajo al que escucha, de otra forma no hubiera llegado a la presidencia, sensible al otro, a las necesidades del país, y a la inminente urgencia de justicia. Ha dado un mensaje de continuidad con la macroeconomía y de diálogo con sus detractores. Lopez Obrador y su equipo impusieron las condiciones de posibilidad para gobernar al país con todo y cámaras (diputados y senadores) a su favor y bajo su liderazgo. En cuatro años juntó a la gente que le permitió ocupar no solo los curules sino las gubernaturas, incluyendo la CDMX.
MORENA no es solo el partido de izquierda sino el partido plural que se imaginó Clouthier (la hija), ambos lograron una buena mancuerna que les permitió aglutinar clases sociales e ideales políticos. El reto para su administración será filtrarlo a las bases, convencer a su propia gente, a la del partido, que van por la defensa de la justicia y el reconocimiento del otro, sin importar condición social, religión, ideología, sexualidad, preferencias.
Nosotros podemos quedarnos esperando a que fracasen como partido o sumarnos a que venzamos como país. Estoy por lo segundo.
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