Lo que presenciamos el miércoles 6 de enero de este 2021 en el edificio del Capitolio en Washington fue inesperado. Cientos de personas abriéndose paso, con apoyo de los mismos policías que se encargan de resguardar el edificio, para detener, impedir, la sesión en que se ratificaba el triunfo de Joe Biden como próximo presidente de Estados Unidos. Las respuestas, los análisis, las opiniones no se hicieron esperar en medios de comunicación y redes sociales, parecía el luto de la democracia imperialista, mientras que muchos y muchas mostraban su regocijo por lo que le estaba sucediendo al país vecino, los memes se reproducían al por mayor, casi todos preguntando irónicamente «¿quién podría salvar a Estados Unidos de Estados Unidos?». Las comparaciones con otros regímenes fascistas también pululaban, incluso hubo quienes lo compararon con el nacismo. El repudio y la burla fue total en todo el mundo. Y no era para menos.
Contrario a los sesudos análisis de los internacionalistas que escucho cotidianamente en los medios y las varias páginas que se redactaron en diferentes revistas electrónicas que, considero bastante desafortunados, me parece que lo sucedido el miércoles pasado habla de la precariedad de la vida política y cultural, nada que nos sorprenda, de nuestro país vecino, que necesita sí o sí de la mediaticidad de sus acontecimientos para seguir disfrutando de ese halo de libertad que se la ha colgado como medallita de lo cosmopolita. No voy a negar que tuvo su época, justo de la que dan cuenta muchos y muchas escritores, Kafka, son su texto inconcluso, América, mismo título que lleva el libro de Susan Sontag, aunado a los diferentes textos filosóficos que escribieron los teóricos del éxodo, especialmente Hannah Arendt (que además hicieron escuela y sentaron las bases de las universidad contemporáneas más prestigiadas), quien comprendió con bastante precisión el devenir de la democracia y sus instituciones, no solo de Estados Unidos, sino del mundo. Aunado a una tradición literaria ejemplar en muchos niveles de los propios géneros, no es menor que el último Premio Nobel se haya destinado precisamente a una escritora estadounidense, Louise Glück. Pero parece que toda esta riqueza cultural se estanca en sectores urbanos a lo que tienen poco acceso el resto o la mayoría de la población estadounidense, la que votó por Trump.
Muchos análisis existen de los votantes de Trump, gente blanca, de los suburbios, de las zonas rurales, que perdió el poder adquisitivo con el paso de los años, pues abandonaron el sueño americano porque se creyeron el discurso imperialista, de intervención estadounidense en el resto de América y Medio Oriente, y se beneficiaron con la política económica armamentista hasta que poco a poco se fueron terminando las guerras y con ello llegaron las crisis económicas provocadas por la burbuja de la especulación en el consumo, de la mano del desmantelamiento de la seguridad social, de la precarización de las instituciones y servicios de salud. Lo que vimos el miércoles no es un movimiento de ultraderecha organizado como los que estamos acostumbradas a observar en Europa desde el siglo pasado. Lo que vimos el miércoles son grupos de personas aislados que existen desde que la política discursiva de los dos partidos políticos es homófoba, racista y antiinmigrante. Grupos que existen desde hace mucho tiempo en la frontera sur, como los Minuteman y que sin duda se han ido reproduciendo, copiando los discursos de la supremacía blanca provenientes de Europa.
La pregunta obligada es si debemos preocuparnos o no por el auge de la ultraderecha en Estados Unidos, mi respuesta es que no todavía, pero si hacemos la analogía de lo que Derrida trabajó como el triple suicidio en 2001, con el ataque a las Torres Gemelas y el Pentágono (proceso autoinmune), se pueden no solo prevenir escenarios catastróficos sino revertir lo que observamos el miércoles. Para ello, Merkel ha sido clara y contundente con los mensajes de cero tolerancia a los racismos en Alemania, y es lo que desde mi perspectiva deberían a empezar a hacer los representantes de los dos partidos políticos que se han beneficiado invitando al odio étnico-racial-migrante-homotransexual para ganar adeptos.
Sobre la democracia también se debería trabajar, proponer, hacer epistemologías en función de lo que nos sucede actualmente y no responsabilizar a una persona o afirmar categóricamente que en nombre de tal o cual las instituciones están en riesgo, primero deberíamos deconstruir esas instituciones y después preguntarnos por la democracia porvenir en Estados Unidos y el resto del mundo. Una democracia que está tomando tintes monopólicos, oligárquicos, que ostentan el poder de decir cerrar o no la cuenta en alguna red social (la vanguardia en el manejo político) de determinado personaje polémico, incómodo. Me parece más grave la censura a la libertad de expresión que lo caricaturesco de la toma del Capitolio. Trump tendrá que enfrentar los cargos que se le imputen (si lo hacen), pero qué pasará con las personas que siguen creyendo que el sistema los ha traicionado, en un país donde se enaltece la riqueza del consumo y no la riqueza intelectual de la que también deberían ser partícipes. Veremos qué deciden hacer Biden-Harris. Lo que suceda en los siguientes cuatro años será clave para que las escenas de este miércoles no solo no se repitan sino que tampoco no se repliquen, pero ambos llegan con compromisos adquiridos con las grandes transnacionales que empiezan a controlar la democracia en el mundo, y no se puede deconstruir la democracia sin antes erradicar el sistema neoliberal.
Para terminar, Merkel se va este 2021, después de casi dos décadas de liderar la Unión Europea, este escenario sí es complicado, especialmente por la alzada de las ultraderechas en casi todo el continente europeo. Aquí hay tema por elaborar si no queremos que nos agarre de sorpresa.
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