Ahora sí tengo el panorama completo de nuestra frontera vertical, una frontera que para algunos teóricos es mucho más salvaje y agreste para los migrantes centroamericanos que intentan cruzar el país (México), que la frontera horizontal que nos delimita con Estados Unidos.
Resulta esclarecedor en todos sentidos observar la convivencia en zonas fronterizas tan disímiles por una simple característica: recursos naturales. Las ciudades fronterizas del norte son áridas y con una economía de la manufactura y, algunas, del servicio; las del sur son húmedas y con una economía de producción agrícola y próximamente de servicios (desarrollos portuarios y turísticos). Sin embargo, esa no es la diferencia más significativa, sino lo que ha implicado una frontera tan poco delimitada jurisdiccionalmente como lo es la frontera sur. Es decir, en el norte tenemos claro donde empieza y termina el territorio, en el sur no. Ambas son fronteras porosas, a pesar del esfuerzo de militarización del gobierno estadounidense; lo mismo sucederá con la frontera sur en unos años, derivado del Programa Frontera Sur, financiado con recursos binacionales (México-Estados Unidos) para frenar las «oleadas» de migrantes centroamericanos. Las cifras son un indicio de ello: más deportaciones de migrantes sin papeles; nuevas rutas migratorias; la implementación de la gendarmería en varios puntos del país; hacinamiento en las estaciones migratorias del país, donde los y las migrantes son privados de su libertad y coaccionados para mitigar el derecho de movilidad humana.
No nos sorprendamos que en algunos años se les ocurra a nuestros gobernantes erigir un muro en una frontera de poco más de 1,100 km, una tercera parte de la frontera norte, en un espacio tradicional e históricamente de confluencia cultural sincrónica como fue Mesoamérica. Una aberración a todas luces de los gobiernos parcelar territorios a costa de sacrificar culturas milenarias que fueron silenciadas por la vorágine de la modernidad.
La otra gran diferencia es que en el norte las condiciones de un proyecto anexionista estadounidense siempre fueron muy evidentes, lo que con el tiempo ha provocado una indignación intermitente y una resistencia cultural significativa. No han sido esfuerzos aislados los de la población que fue cruzada por la frontera a mediados del siglo XIX ni de las posteriores generaciones. Se ha avanzado a nivel de acción política, aunque el costo social ha sido alto para los Estados del norte de México, comúnmente llamado el patio trasero de Estados Unidos.
En el sur no se observa lo mismo, solo una lógica de enriquecimiento ilícito por parte de gobernantes corruptos que pretenden desalojar de sus tierras a las comunidades indígenas; éstas, a su vez, intentan defenderse en una guerra matizada y no reconocida como tal por parte del gobierno dado que éste ha posicionado al migrante como el enemigo; por lo tanto, este enfrentamiento constante es desestimado por la misma sociedad que, en algunos casos, prefiere pasar de largo y no entrometerse en los problemas políticos y sociales de sus comunidades.
Resulta complicado ser optimista con respecto a lo que observo en la frontera sur, quizá estoy más acostumbrada a mirar la del norte tan perversamente sistematizada; la del sur seguramente es como lo fue la del norte hasta antes de 1994 que se empezó a construir el muro entre Tijuana y San Diego, donde las balsas de llantas de hule transportaban a la gente que quería cruzar de un lado a otro, como todavía sucede en el Suchiate.
Quisiera pensar que faltan años para que la frontera sur se militarice, lo cual nos daría oportunidad de pensar un programa alterno de recuperación de la zona de convivencia fronteriza que involucre aspectos culturales, artísticos y de políticas públicas, pero lo cierto es que la militarización ya está en puerta, y para incidir en políticas culturales necesitamos acción política de la sociedad civil organizada.
La frontera sur, en este sentido, no es solo el gran proyecto modernizador de este gobierno peñista; también se perfila como el panóptico estadounidense promovido desde la redacción del Plan Puebla-Panamá. Los resultados de ambos ya los conocemos, si se nos ha olvidado revisemos la historia moderna de Latinoamérica.

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