Hablar de identidades nos remite obligatoriamente a hablar de alteridades en las comunidades fronterizas; sin embargo, la alteridad no es sinónimo de diferente, más bien implica verse a través de la mirada del otro para entender y conciliar las diferencias existentes entre las identidades, expresadas en ámbitos diversos que pueden ser compatibles o incompatibles. En el caso de los migrantes mexicanos las compatibilidades se han establecido gracias a una funcionalidad social y en relación con un desarrollo personal —obtener un trabajo bien remunerado, mejores condiciones laborales, mejor calidad de vida, entre otros—, donde la alteridad limita su margen de acción, mas no su constitución como grupo minoritario.

El migrante mexicano se ha enfrentado a una indefensión social generada por el despojo territorial, la vulnerabilidad social, la discriminación étnica y la subalternidad cultural, que se hace tangible en la necesidad de recrear su cultura al momento de cambiar de lenguaje y de renombrar su entorno. En este proceso de cambio, el migrante enfrenta una crisis de identidad que lo orilla a construir una identidad defensiva —como resultado del racismo y la subordinación a la que se enfrenta cotidianamente—, que le permite identificarse con los suyos y diferenciarse del grupo mayoritario, preservando, indirectamente, sus costumbres y tradiciones.

En el proceso de integración del individuo a la comunidad se generan transformaciones psicológicas que favorecen la construcción de la identidad, las cuales se refieren principalmente a las “lealtades y adscripciones por las que los grupos sociales se identifican y son reconocidos”, como pueden ser la familia, el barrio, el ámbito laboral, la percepción de la calidad de vida a la que aspiran, entre muchas otras. En este sentido, “las identidades sólo existen en la medida en que se construyen diferenciaciones subjetivas con otros grupos o individuos, de las cuales se deriva la importancia de las otredades o alteridades como referentes para la identificación” (Valenzuela, 1998: 32). Estas diferenciaciones subjetivas se refieren a los sentimientos, pensamientos y prácticas culturales comunes, que le dan coherencia a las acciones y  constituyen las identidades culturales mediante “procesos globales de hibridismo, o sincretismo cultural en los que perviven identidades profundas o persistentes” (Valenzuela, 1998: 34).

En el proceso de construcción de identidades culturales existe un límite entre la adscripción a su comunidad y la diferenciación con la comunidad dominante, delimitado por los elementos objetivos y subjetivos que intervienen en dicho proceso. Los elementos objetivos se refieren al idioma, los mitos y las tradiciones, mientras que los elementos subjetivos son aquellas “construcciones semánticas con las cuales el grupo establece los límites de adscripción”. Estos elementos “comunes” que el grupo comparte conforman el imaginario social, por lo que “se pueden construir con base en la memoria novelada que contiene los elementos significativos para el grupo, que a su vez sirven como base para establecer el límite étnico, o límite de adscripción” (Valenzuela, 1998: 35).

Los grupos étnicos que reconfiguran sus lugares de vida desde finales del siglo XIX en la frontera sur de Estados Unidos, establecen nuevos referentes identitarios relacionados principalmente con el imaginario social impulsado desde la nación que los vio partir, en este caso desde el estado mexicano. De ahí que los migrantes se identifiquen con el proyecto de nación que no pudieron cimentar en su propio país, pero que sí pueden impulsar desde el otro lado. Por eso es tan significativo para los migrantes mexicanos que habitan en Estados Unidos poder votar desde el extranjero, pues eso les permite luchar por un proyecto de nación completamente diferente al que ellos vivieron y en el que no pudieron sobrevivir.

La actitud emocional de pertenencia a un Estado-nación tiene una connotación paradójica en el migrante mexicano, puesto que se siente orgulloso de ser mexicano cuando está fuera de México —incluso es un ser melancólico que constantemente añora su tierra—, pero ya no comparte la forma de vida de sus familiares —ni estos entienden su comportamiento— cuando está de visita en México. Está tan hecho a la sociedad de Estados Unidos que, aunque siga hablando español y reproduciendo ciertas costumbres, le cuesta trabajo adaptarse a la sociedad mexicana. En este sentido, se puede afirmar que las identidades son cambiantes y están conformadas por procesos sociohistóricos particulares en los que participan una identificación colectiva de referentes concretos (ropa, objetos, estilo de vida) determinada por el sentido simbólico que el grupo les otorga —como se verá más adelante con los pachucos o zoot-suiters.

Otros factores que confluyen en la construcción de identidad consisten en relaciones de poder que implican un proceso de asimilación, recreación, innovación y resistencia cultural. La resistencia es el principal factor de supervivencia en situación de migración puesto que, mediante el proceso de adscripción y diferenciación, los migrantes pueden, de manera objetiva, distinguir entre aquello que les conviene y aquello que no, lo que permite preservar las tradiciones originales e incluso anteponerlas a las de la sociedad dominante. En este sentido, las tradiciones y los mitos son adoptados por la comunidad mexicana radicada en Estados Unidos, porque les dan contundencia y veracidad tanto a sus orígenes como a ellos como grupo minoritario, como afirma María Lugones:

Como división, los mexicanos / americanos no pueden participar en la vida pública a causa de su diferencia, sólo pueden hacerlo ornamentalmente como parte de la dramatización de la igualdad. […] Atravesar el dominio anglo sólo en sus términos tampoco es una opción ya que sigue la lógica de la división sin hacer que los términos sean los nuestro. Esta es la naturaleza, si no de todo, sí de esta asimilación. La resistencia y el rechazo a la división del sujeto cultural piden que hagamos de nuestras comunidades un lugar público y que rompamos con el vínculo conceptual entre el espacio público y los intereses monoculturales exclusivamente anglos. Es necesario que el lenguaje y el marco conceptual de lo público se vuelvan híbridos (Lugones, 1999: 253).

En la formación cultural del migrante mexicano también intervienen otros factores externos como son la mejora en las vías de comunicación entre México y Estados Unidos, los medios de comunicación y la tecnología. Por un lado, el transporte facilita el tránsito de un lado al otro de la frontera que fortalece los lazos entre connacionales. Mientras que, por otro, los medios de comunicación permiten formas “inéditas de interacción imaginaria”, puesto que, en un principio, tanto el cine como las series de televisión, “han participado en la confrontación de discursos e imágenes que son puente entre la experiencia cotidiana y los ámbitos genéricos donde se crean y recrean las identidades culturales” (Valenzuela, 1998: 31).

Los medios y la tecnología juegan un papel predominante al momento de abordar las identidades culturales y los movimientos artísticos contemporáneos, puesto que estimulan el proceso de superación, de ruptura y de novedad. Los dos se han vuelto imprescindibles en este mundo globalizado pues ambos contribuyen a recrear las manifestaciones del imaginario popular —inventan y reinventan la historia—. Según Gianni Vattimo, durante la época contemporánea, gracias al perfeccionamiento de los instrumentos que permiten reunir y transmitir la información, es posible realizar una historia universal. Sin embargo, en la actualidad, la historia universal está elaborada por los que ostentan el poder mediático, pues son quienes centralizan la información y, por consiguiente, la historia, siguiendo las políticas imperantes antiterroristas. Situación que también se observa en la literatura, donde hasta hace algunos años se empiezan a considerar como parte de la historia literaria particular de una nación, los textos que en ella se producen, los cuales permiten conservar el patrimonio y “establecer una continuidad entre presente y pasado y un diálogo entre un hombre, o una comunidad humana, y su pasado” (Kushiner, 2002:129).

Es así como cada centro de historia genera una identidad propia y un estilo de vida por copiar. Cada centro erige nuevas fronteras, resquebraja las anteriores y segmenta las poblaciones. Las ciudades, sobre todo las fronterizas, se vuelven más complejas e impersonales. La frontera, en este sentido, se erige como una cultura conformada por diferentes mecanismos sociales y culturales producidos por el intercambio transfronterizo que el sujeto recrea constantemente a través de manifestaciones artísticas. No obstante, estos fenómenos se deben estudiar por separado, pues los mecanismos de construcción social de los migrantes asentados en Estados Unidos son mucho más complejos que los mecanismos empleados por los migrantes que habitan el norte de México por diferentes razones de aproximación teórica que también están implícitos en los textos literarios fronterizos.

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*Parte del capítulo 1 («Desplazamiento de la cultura liminal») de mi tesis doctoral titulada «Alegoría de la frontera México-Estados Unidos. Análisis comparativo de dos escrituras colindantes», presentada en julio de 2008, en la Universidad Autónoma de Barcelona.

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