Urbanización de la frontera *

El proceso de urbanización inicia en la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del XX, cuando se produce un crecimiento demográfico en la frontera debido a dos factores principales: “la articulación temprana con el dinamismo de la economía capitalista del suroeste americano; y, por otro, la virtual ausencia de un patrón de poblamiento previo, sustentado en bases agrorrurales y tradicionales” (Canales, 2003: 89). En este sentido, los migrantes empiezan a percibir mejores salarios debido a que dejan de ser agricultores o mineros para convertirse en maquiladores, productores u ofertantes de servicios; su ingreso se incrementa y dejan de vivir en los márgenes de las zonas con menos infraestructura para radicar en las ciudades donde demandan sus servicios.

Las principales ciudades fronterizas de México son Tijuana, Ciudad Juárez, Ensenada, San Luís Río Colorado, Nogales, Piedras Negras, Nuevo Laredo, Río Bravo, Reynosa y Matamoros, ciudades que presentan mayor densidad demográfica, así como mayor actividad económica. Muchas de ellas se formaron a finales del siglo XIX, marcadas por el ritmo de la frontera y la constante migración del sur y centro de la República Mexicana, auspiciada, en gran medida, por políticas migratorias y fiscales que facilitaron el libre tránsito entre un país y otro: “El poblamiento moderno y urbano de la región no tuvo que enfrentar las trabas y contradicciones propias de una sociedad tradicional y precapitalista, que en el resto del país limitaban y obstaculizaban el surgimiento de la modernidad urbano-industrial, con sus actores sociales, políticos y urbanos” (Canales, 2003: 101). Esto no significa que el desarrollo económico y social es similar en todos los estados fronterizos: Baja California es la entidad de mayor crecimiento, seguida por Nuevo León, situación que conforma un espacio demográfico diferenciado en el que se identifican zonas de alto dinamismo demográfico y concentración urbana, junto a zonas de bajo crecimiento poblacional y desarrollo económico.

Los estados fronterizos de Estados Unidos con mayor población mexicana son California y Texas —aunque también Arizona y Nuevo México.[1] Los Ángeles es la segunda ciudad con mayor concentración de personas de origen mexicano, después de la Ciudad de México. Estudiar este comportamiento demográfico es fundamental para entender la importancia que tiene la literatura fronteriza de los últimos años, pues muchos de sus escritores aluden a la configuración de las identidades flexibles de los sujetos que habitan dichas ciudades, así como a las complejas relaciones culturales que existen entre ambos países. Aunque no son los únicos elementos que conforman la literatura fronteriza, pues en la producción artística de las últimas décadas también destaca el salto de la modernidad a la posmodernidad que han sufrido casi todos los países de América Latina, impulsada, en gran medida, por la globalización de capitales.

Este brinco entre modernidad y posmodernidad ha sido estudiado por teóricos de diversas disciplinas y es particularmente significativo porque constata la conformación de comunidades que dejaron de ser periféricas para convertirse en céntricas, como sucede en el sur de Estados Unidos, según menciona Victor Davis Hanson, descendiente de migrantes, investigador y catedrático de la Universidad Estatal de California, quien destaca la importancia que posee el asentamiento de connacionales en dicha franja fronteriza: “So are we now a Mexifornia, Calexico, Aztlán, El Norte, Alta California, or just plain California with new faces and the same customs? Many of us think about this in the abstract.” (Davis, 2003: X)

Con Mexifornia, Davis hace alusión, mediante la yuxtaposición de conceptos, a la relación que existe entre ambos países: “Mexifornia is about the nature of a new California and what it means for America —a reflection upon the strange society that is emerging that the result of a demographic and cultural revolution like no other in our times” (Davis, 2003: XII). Esta revolución se refiere principalmente a la contrapropuesta cultural que los habitantes de origen mexicano gestaron en la ciudad de Los Ángeles, cuyo objetivo consistía en reformar su situación de sujetos de segunda clase para convertirse en la comunidad minoritaria con mayor participación política en Estados Unidos. [2]

Por su parte, Gloria Anzaldúa, comenta en su libro Borderlands/La frontera, que como la frontera México-Estados Unidos es una “herida abierta”, ésta ha permitido la conformación de un tercer país, con el establecimiento de la comunidad chicana o mexicoamericana en los estados fronterizos de Estado Unidos: “The U.S.-Mexican border es una herida abierta where the Third World grates against the first and bleeds. And before a scab forms it hemmorrhages again, the lifeblood of two worlds merging to form a third country­—a border culture.” (Anzaldúa, 1999, 25) Aunque en este tercer país no están considerados los estados del norte de México, por lo que la herida sigue abierta. El tercer país al que se refiere Anzaldúa está cimentado en un complejo sistema de redes de convivencia que reproducen patrones de conducta adquiridos por los migrantes para enfrentar la dinámica colonizadora, las prácticas racistas y los enfrentamientos violentos perpetrados por los sectores radicales de la población estadounidense. En este sentido, la franja fronteriza se debe entender como un ente central conformado por varias comunidades y no como un ente periférico que se divide en norte y sur.

Abordar la frontera desde esta perspectiva centrípeta permite una mejor aproximación a la cultura y a la literatura fronteriza que se produce en un momento posmoderno que evidencia un cambio en las teorías literarias y la incursión de otras disciplinas, como la sociología, los estudios culturales e interculturales, en el análisis literario de ciertas comunidades minoritarias que han permanecido al margen del sistema literario europeo y estadounidense. Aunque aludir a la creación de un tercer país conformado únicamente por los estados fronterizos del sur y del norte de la frontera sería ambicioso por cuestiones, nuevamente, de dependencia económica, sí se puede hablar del establecimiento de una zona transfronteriza que comparte estrategias de construcción y reconstrucción de sus propias comunidades, algunas veces copiando modelos de la tradición mexicana y, en otros, adaptándose a la vorágine de la globalización y la posmodernidad.


[1] Según estadísticas recientes, entre 10 y 12 millones de indocumentados viven en Estados Unidos, de los cuales 2,400,000 de inmigrantes mexicanos viven en California; 1,400,000 en Texas, y 500,000 en Arizona. Existen otros estados de la Unión Americana que también cuentan con altos índices de inmigrantes mexicanos como Florida (850,000), Nueva York (650,000), Illinois (400,000), New Jersey (350,000), North Carolina (300,000), entre otros. (Becerra, 2006: 18)

[2] Un ejemplo del ascenso de la comunidad mexicoamericana en los escalones políticos es el hecho que, después de más de ciento treinta años (la última vez que un mexicano estuvo al frente de la alcaldía fue en 1870), el 1 de julio de 2005 un latino vuelve a ganar la alcaldía de Los Ángeles: Antonio Villaraigosa, tras derrotar en la contienda a James Hahn. Este hecho ejemplifica el trabajo que han realizado los migrantes, ahora hispanos, mexicoamericanos o chicanos, dentro del territorio estadounidense.

*Parte del capítulo 1 («Desplazamiento de la cultura liminal») de mi tesis doctoral titulada «Alegoría de la frontera México-Estados Unidos. Análisis comparativo de dos escrituras colindantes», presentada en julio de 2008, en la Universidad Autónoma de Barcelona.

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