Filosofía

A la filosofía llegué tangencialmente. ¿O será que el oráculo así lo tenía dispuesto? Lógica, ética, etimologías grecolatinas, literatura universal, asignaturas que cursé durante el bachillerato, fueron indispensables para saber a qué me quería dedicar el resto de mi vida.

Durante un lustro de estudios universitarios me alejé completamente de ese camino, pero eso no evitó que me hiciera autodidacta. Cuando llegó el tiempo de escoger los estudios de posgrado, un programa intermedio entre la literatura y la filosofía, no lo dudé: quería ser filósofa y lo logré.

Sí me preguntan si son necesarios los títulos en filosofía para ser filósofa digo que no. Se necesita la experiencia de leer, dialogar, interpretar, hacer filosofía sin ceñirse a lo que la academia determina como tal, a menos que quieras terminar siendo técnico en filosofía.

Y si me preguntan, ¿quién es entonces una filósofa? Contesto que es quien tiene la curiosidad, el tiempo, la paciencia para percibir el fenómeno mundo y traducirlo, transcribirlo, interpretarlo sin fin último más que el mero placer de habitarlo.

De ahí que muchos años me haya dedicado a estudiar las fronteras en sus múltiples dimensiones desde una mirada ontológica materialista especulativa que dio como resultado el modelo epistemológico de la frontera. Una apuesta teórico práctica que me ha permitido orientar mis investigaciones en campos filosóficos poco explorados hasta hace poco. Esta primera investigación de largo aliento no hubiera podido darse sin la presencia de los textos de Jacques Derrida y sin la experiencia de ser migrante.

Derrida fue un parteaguas en mi vida. Nunca lo conocí. Nos cruzamos en el camino y cuando llegué a él estaba pronto a morir. Desde los primeros textos que leí, no los más sencillos, me deslumbró su genio, su genialidad. He andado a solas los recovecos de la deconstrucción y no hay nada más placentero que hundirse en el pensamiento de un filósofo sin los lentes de las lecturas ajenas.

Después de Derrida vinieron más y más pensadoras como Judith Butler, Hannah Arendt, Seyla Benhabib, Étienne Balibar, Jean-Luc Nancy, Spinoza, Kant, Hegel, Husserl, Foucault, Catherine Malabou, Bruno Latour, Paul Preciado, Paco Vidarte y los que me falta por leer y volver a leer. Tender los puentes entre la pluralidad de sus pensamientos, de las ontologías y descubrir ese eslabón que queda suelto, el vacío de su epistemología, es lo que me permite desplegar mi propio pensamiento.

Las fronteras siguen estando presentes como categorías epistémicas en mi quehacer filosófico, pero los eventos de los últimos años me han permitido hacer un viraje en mis inquietudes y es por ello que ahora estoy desarrollando el aparato categorial de la ecología del afecto desde el pluralismo ontológico. Una investigación que estoy madurando al tiempo que se dan los acontecimientos y en el tiempo de quienes los están pensando sincrónicamente conmigo.

En la ecología del afecto, a diferencia del modelo epistemológico de la frontera, encuentro diacronía con el devenir, aunque sea incierto; la complicación radica en transitar de observar aquello que se abstrae fácilmente en el materialismo, como son propiamente las fronteras, a procurar la traducción vitalista de los afectos en aquello que ya no es lo propiamente humano.

Mi labor intelectual le pertenece a este blog. Y el placer de la escritura me pertenece exclusivamente a mí.



Discover more from Roxana Rodríguez Ortiz

Subscribe to get the latest posts to your email.

Leave a comment