Literatura chicana vs literatura fronteriza

En la frontera México-Estados Unidos confluyen distintas manifestaciones culturales, inherentes a los procesos históricos de la región, que se traducen en una multiplicidad de referentes simbólicos representados, en la mayoría de los casos, de forma alegórica, debido a que la Frontera está conformada por fenómenos sociales disímiles, derivados de un constante intercambio cultural y económico dentro de un marco geográfico particular, que son reproducidos por el imaginario colectivo mediante determinadas expresiones artísticas que dan fe de su movilidad y vulnerabilidad. Dichas expresiones comprenden un conjunto de valores socioculturales (costumbres, tradiciones, ideologías) que los habitantes fronterizos comparten y representan con la intención de conformar cierta identidad grupal, así como de establecer vínculos de pertenencia con una región cambiante constituida, en su mayoría, por migrantes de otras latitudes que han llegado a la frontera México-Estados Unidos en busca de mejores oportunidades de desarrollo.

La dramaturgia, la literatura, el cine, la fotografía, las artes plásticas y, recientemente, el arte multimedia, el performance y la instalación son algunas de las disciplinas artísticas que han sobresalido en la frontera México-Estados Unidos. Todas son igualmente ricas en contenidos conceptuales, ideológicos, estilísticos y temáticos, lo que las hace más asequibles es el alcance y la recepción que se tenga de ellas en distintos ámbitos que pueden ir de lo académico a lo cotidiano; de lo artístico a lo político; de lo regional a lo global; de lo individual a lo colectivo. En este sentido, intentar abarcar más de una sería imposible en tiempo y forma, por lo que limitaré los alcances de la presente investigación a elaborar un análisis comparativo intercultural de dos escrituras colindantes: la escritura chicana la escritura fronteriza.

Literatura chicana

A finales de los ochenta, con el libro de Gloria Anzaldúa, Borderlands/La frontera (1987), se “conceptualiza” la temática fronteriza dentro de la literatura chicana. Hablar de la “conceptualización” de la temática fronteriza implica retomar los complejos procesos mentales que constituyen al sujeto chicano y elevarlos a las imágenes, a la construcción de metáforas que reproducen conceptos más que lugares. Evidentemente, las posibilidades de representación son amplísimas pues abarcan tanto un lenguaje como una conducta —el cuerpo mismo—, que los sujetos chicanos utilizan como una manera de representarse y que les permite transmutarse y generar un acto “que no es forzosamente ni únicamente reproductivo o repetitivo” sino que también debe servir “para nombrar la representación de una noche, la sesión, una exhibición, una performance” (Derrida, 1989: 82). Sin embargo, si este acto no genera ningún tipo de efecto en su interlocutor, entonces no es efectivo. En el caso de la literatura chicana se puede afirmar que ha sido efectiva para su comunidad desde sus orígenes, habría que preguntarse si es efectiva para otras sociedades.

Gloria Anzaldúa es una de las principales representantes de la literatura chicana y  tiene en su haber una gran cantidad de ensayos y poemas en libros como Borderlands/La Frontera (1987), Making Face, Making Soul. Haciendo caras (1990) y This Bridge We Call Home (2002). Además de Anzaldúa, existen otras escritoras que trabajan en la misma línea temática y estilística como Margarita Coto-Cárdenaz, Pat Mora, Cherríe Moraga, Lucha Corpi, Veronica Cunningham, Carmen Tafolla, Helena María Viramontes, Ana Castillo, Emma Pérez, Sandra Cisneros, Denise Chávez, Selfa Chew, Carla Trujillo, entre otras. Mientras que los escritores chicanos más relevantes son Rudolfo Anaya, Tomás Rivera, Rolando Hinojosa, Alejandro Morales, Ron Arias, Arturo Islas, James Carlos Blake, entre otros.

Existe una diferencia visible entre la escritura chicana femenina y la escritura chicana masculina, esta reside en la posición del hombre y la mujer en la sociedad. Es decir, el hombre chicano, consciente de su condición de migrante, enfrenta al sistema; la mujer chicana, desde la invisibilidad de su sexo, tiene un ojo crítico para referirse a la sociedad como a sí misma —al grado de caer en la indulgencia y en la abnegación, característica de la mujer mexicana—, tal como lo menciona Ana Castillo, escritora chicana:

I think that Chicano and Chicana literature reflect something very important about ourselves. Chicano men took issue with society as brown men, Catholic men, and poor working class men. They enter into a confrontation with society from the privileged view of a dialogue amongst men. “We are the men who have been treated badly by those men who are privileged.” But the Chicana doesn’t have any place at all to enter into a dialogue. So that’s the first thing, having to make that assertion, that she can say anything at all, that she can critique society. But then she also does something that’s very particular to Chicanas: to be openly self-critical and abnegating at the same time (Navarro, 1991: 115-116).

Literatura fronteriza

La importancia de establecer un sistema regional literario permite identificar ciertos parámetros de desarrollo nacional, en el que confluyen géneros y temáticas indistintamente e, incluso, coexisten sin necesidad de estar definidos como tales. Esto estimula la creación artística regional, que no se limita a copiar esquemas clásicos de expresión narrativa, como sucedió en el pasado, donde lo propositivo se hacía en el centro del país y se excluían expresiones “irreverentes” de regiones ajenas a una identidad nacional centralizada. Esta situación ha provocado que “la primera frontera a la que se ve sometido un escritor de estas latitudes es la que corresponde a las dificultades para trascender los límites impuestos por el centralismo literario todavía vigente” (Berumen, 2004: 126).

La centralización de la cultura nacional ha restringido la difusión de la escritura fronteriza (entre otras), rica en contenidos, expresiones y voces, a pesar de que la frontera México-Estados Unidos se ha vuelto un lugar común, y de los esfuerzos aislados a nivel nacional para dar a conocer lo que se hace en el norte del país, los cuales han sido insuficientes para albergar la narrativa fronteriza.[1] Aunado a esto, los escritores fronterizos enfrentan un grave problema que es la publicación, difusión y promoción de sus obras de manera nacional, pues no tienen acceso a las grandes editoriales establecidas en la ciudad de México, situación que limita el auge de jóvenes creadores regionales, quienes al no poder publicar en una editorial de prestigio del Distrito Federal, lo hacen en editoriales locales o incluso se autopublican. Evidentemente esto provoca que “la literatura de esta parte sigue siendo todavía marginal, sumida en el aislamiento y la falta de reconocimientos suficientes” (Berumen, 2004: 127).

La literatura de la frontera norte logra conjuntar en un sistema regional varias literaturas menores y marginales debido a que la “rearticulación de la literatura regional [es] mucho más extensa que la que ofrece cada estado fronterizo en particular”. En este sentido, hablar de una región geográfica permite descentralizar las expresiones artísticas que, en muchos de los casos, sólo habían repercutido en la Ciudad de México, como es el caso de la literatura fronteriza, donde “la región geográfica que sus textos estarían proponiendo sería el norte fronterizo como un lugar que enfatiza el proceso de descentralización en México y el paso a nuevas producciones culturales en el norte” (Tabuenca, 2003:423).


Fragmentos de mi tesis “Alegoría de la frontera México-Estados Unidos. Análisis comparativo de dos escrituras colindantes” para obtener el grado de doctora en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, Universidad Autónoma de Barcelona (2008).


[1] En 1985 se creó el Programa Cultural de las Fronteras que pretendía “apoyar a las ciudades de la frontera norte para que se hicieran propuestas que rescataran y destacaran ‘los valores y tradiciones nacionales”. En algunos lugares el proyecto significó una aceptación, por parte del centro, de que en la frontera también se hace cultura. Sin embargo, “para otras plazas como Tijuana y Hermosillo, la preocupación principal del programa era ‘nacionalizar’ a los habitantes de la frontera norte del país, a quienes todavía a mediados de los ochenta consideraban como una población ‘’desculturalizada’ en peligro de ser absorbida por la cultura anglosajona” (Tabuenca, 2003: 404). En la década de los noventa, la Dirección de Publicaciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA) financió y promovió la colección “Letras de la República”, con la intención de elaborar una antología literaria por cada estado de la república. Sin embargo, por cuestiones que se desconocen, la elaboración de las antologías no se ha concluido y sólo se han elaborado algunas, entre las que podemos encontrar aquellas de los estados fronterizos de Baja California, Sonora, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas. (Berumen, 2003: 102)


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