Lo común una vez que regresamos a la normalidad después del confinamiento es que la gente quiere estar en la calle: hacer ejercicio al aire libre, ir a trabajar, ir a la universidad, estar en el tráfico muchas horas, las mismas horas que pasaba en su casa haciendo el home office, pero cuidado el contacto con las demás personas.
La calle volvió a ser el punto de ebullición de lo social. Sin embargo, lo común se afianzó en los miedos a perder el supuesto bienestar que ganamos al no salir de casa durante dos años; tiempo que no nos alcanzó para reconocer que la vuelta a lo colectivo, como apuesta política, nos pone como reto ciudadano.
Durante el tiempo que duró la pandemia en el mundo muchas nos dimos a la tarea de intentar pensar escenarios, perspectivas, a veces hasta sacar conclusiones apresuradas del acontecimiento que nos estaba tocando vivir o nos dedicamos simplemente a observar y escribir sobre lo que el confinamiento, desde la casa de cada quien, nos iba detonando: enojo, cansancio, miedo, aburrimiento y falta de claridad de lo que en términos de agenciamiento político (ciudadanía) estábamos perdiendo.
Perdimos la brújula de hacia dónde trazar nuestros intereses sin interferir con nuestro bienestar. Lo común se volvió la normalización del colectivo sin comunidad política.
Roxana Rodríguez Ortiz
Muchos y muchas se han dedicado a escribir después del confinamiento lo que en lo social hemos perdido: libertad, bienestar, organización social. Lo que se traduce en: aumento en la brecha de educación dada por el (in)acceso a las tecnologías digitales, aumento de la pobreza en muchos países, aumento en la violencia de género, aumento en desempleo, inflación y quizá lo más preocupante sea la instalación de los gobiernos conservadores (neofascistas) en muchos países de Europa. Ya veremos cómo pintan los procesos electorales para América en los siguientes años.
Observo en redes a la gente que se organiza en coloquios al aire libre para pensar o a la gente que se organiza en el parque para hacer ejercicio (estos grupos del bienestar corporal se han convertido en un tipo de sectarismo prosalud), también están los equipos de algún deporte que evitan hablar de política para no ensuciar «la amistad» o los interminables encuentros, seminarios, congresos académicos «entre amigos» que no cesan, mucho menos con la virtualidad, aunque en ninguno de estos escenarios se piensa en lo colectivo del quehacer político.



El jueves en la clase de filosofía de la economía un estudiante comentaba «para qué nos vamos a organizar si ya no creemos en los gobiernos», estábamos hablando de la economía informal en la avenida de la Torres, muy cerca de donde está la UACM-Tezonco. Yo insistía en que quizá era importante que la comunidad se organizara para entonces hacer lo que el gobierno no hacía en esas colonias salvo cuando se acercan las elecciones: pintar, recoger la basura, poner luminarias y dejar que la gente se sienta segura para habitar las calles, tomar el fresco y platicar con sus vecinos. Su respuesta fue contundente: la gente no quiere salir, tiene miedo a enfermarse, lo que necesita es dinero y no quieren emplearse en un trabajo de obreros, prefieren poner el puesto.
Y por otro lado tenemos el ejemplo de las grandes constructoras que se apropian de los terrenos de los pueblos originarios para construir esos edificios enormes en donde vives, haces ejercicio, consumes, vas al cine y te aislas el fin de semana de lo que está a pie de calle hasta que vuelves a usar el auto para ir a trabajar.
La vista de lo social ya sea desde las Torres o desde un departamento en un veinteavo piso es diametralmente opuesta. En ninguno de los dos casos se renegocian las posibilidades de hacer ciudadanía.



Lo biopolítico se potencializa durante y después del confinamiento. El control de los cuerpos, los deseos, las pasiones se hizo realidad en “el arte de gobernar”. Los gobiernos se dan gusto, se sirven con la cuchara grande con tanta desorganización para proponer reformas de ley coercitivas y en detrimento de las ciudadanía. La docilidad del mandato «quédate en casa» funcionó para desmantelar la mucha o poca organización social que se había logrado en lo que llevamos de este siglo.
Ayer escuchaba en el telediario a los y las estudiantes que tienen tomados algunos planteles de universidades públicas y pensaba que quizá no todo está perdido. Mañana es dos de octubre y en la ciudad de México se marcha, veremos si con la recuperación de esos espacios colectivos recuperamos nuestro agenciamiento político. Urge que lo común se vuelva político en términos de ciudadanía.
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