Libro ¿Cómo habitar un hotel?

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“La muerte no debe ser comprendida” escribió una estudiante en su ensayo de certificación del Seminario de problemas que diseñé para este semestre que recién terminó, con el título: Antígona. Ontología de la muerte, un seminario que acompaña tangencial y paralelamente la conceptualización e intelectualización del “trabajo de duelo” que hoy con la presentación de ¿Cómo habitar un hotel? llega a su fin.

Si bien es cierto que en este trabajo de duelo, y soy enfática en el uso del verbo “trabajar” porque así lo he concebido desde el inicio, desde que asesinaron a Arturo, desconocía los derroteros por los que iba a transitar, a la distancia, a dos años y medio de su muerte, puedo afirmar que cumplí con la promesa ética de hacerle justicia a mi hermano en los términos que Levinas apunta: “La muerte del otro que muere me afecta en mi identidad misma de yo responsable”. Y para hacerle justicia tuve que deconstruir la noción de justicia al tiempo que iba deconstruyendo mis ideales.

Me explico. En junio de 2018, durante las mesas de transición en las que participaba para poner en la agenda del gobierno entrante el tema de migración, un par de madres centroamericanas con la fotografía de sus respectivos hijos/hijas en el pecho daban testimonio de la desaparición forzada a la que nos hemos acostumbrado desde hace ya varias décadas. Alejandro Encinas, que en ese momento era el interlocutor, sin prometer nada por parte del Estado, hacía como que se conmovía mientras escuchaba a una de las ellas contar que, aunque las forenses ya habían confirmado el ADN de su hijo en restos de huesos, ella tenía la esperanza de que algún día entrara por la puerta de su casa.

Salí asqueada de esa reunión. La justicia en ese momento me pareció tan inasequible para ellas. Meses después asesinaron a Arturo y lo único de lo que estaba segura es que mi familia tampoco tendría acceso a esa justicia universable, como no lo han tenido miles de familias en este país.

¿Qué me queda? Pude preguntarme muchos meses después. Hacer justicia por mis propias manos, hacer justicia con lo único que  usar bien: la escritura, la filosofía. La justicia, ese eufemismo maleable que usamos a diestra y siniestra, tiene sentido a pesar incluso de que el propio Estado es incapaz de hacer justicia, como posibilidad de la deconstrucción. La posibilidad de lo imposible, dice Derrida. Un filósofo que me ha acompañado los últimos veinte años de mi vida y que al decidirme a hacer no solo el trabajo terapéutico del duelo, sino también el trabajo intelectual, me permitió dar con esos conceptos aporéticos, contradictorios, paradójicos a los que recurrimos cada tanto, pero especialmente cuando no sabemos qué hacer con la justicia, el perdón, la culpa, la vergüenza una vez que matan a un ser querido.

Y con esto que leo ahora no quiero banalizar ni relativizar un homocidio: el homocidio de mi hermano; tampoco quiero dar vuelta a la página y seguir adelante con mi vida, menos en un país donde las estadísticas no ayudan a sentirnos libres a quienes en nombre de la libertad vivimos plenamente nuestra propia sexualidad, cualquiera que ésta sea. 

Con el paso de los meses entendí que hacer justicia es nombrar lo innombrable, la muerte, la injusticia; fue por ello que propuse en nombre de Antígona, la historia de la mujer, de la hermana que intenta a toda costa dar sepultura a su hermano caído en batalla y exiliado de su propia tierra, la tierra de los mortales, no así de los muertos, como se puede leer en la tragedia de Sófocles, la posibilidad de hacerle justicia a Arturo con el testimonio que está escrito en este libro.

También comprendí que la justicia es compartir con quienes han sufrido la pérdida, el dolor, la injusticia, sin importar si pertenecen o no a nuestra familia, porque no hay distinción cuando cada quien, desde su propio lugar, se enfrenta a la muerte, nunca a la propia muerte, sino a la muerte de alguien más; de ahí la gran aporía de la que da cuenta la deconstrucción. Decimos adiós al otro/ otra, hacemos justicia en nombre del otro/otra nunca de nosotros/nosotras mismas.

Con el seminario que les digo empecé este semestre pude comprobar que hacer justicia, en estas otras formas de hacer justicia “fuera de la fuerza de la ley”, “fuera de la autoridad del derecho”, damos cuenta de la hospitalidad incondicional como una apuesta ética del ser político y del estar en el mundo. La hospitalidad en la que soñó Arturo cuando decidió hacer realidad su sueño en Oaxaca, en este hotel en el que estamos ahora reunidos dando lectura a este texto, con este libro, el único que nunca hubiera querido escribir, pero que ahora entiendo era el que me permitía dejar testimonio.

¿Cómo habitar un hotel? es no llevar la procesión por dentro ni sentir vergüenza ni tener miedo ni odiar, quizá perdonar lo imposible cuando deconstruimos la noción de justicia y damos cuenta de su hospitalidad. ¿Cómo habitar un hotel? no comprende la muerte sino la pone en palabras, en imágenes, en texturas, en fotografías, en un libro objeto con el que hoy hacemos justicia a Arturo, justo hoy, este fin de semana que celebramos la marcha del orgullo gay en la ciudad de México y en Oaxaca; justo hoy nos sumamos a la celebración nombrando, especialmente quienes muchas veces hemos sido exiliados/exiliadas por nuestra propia sexualidad, a los que ya no están.


Texto leído durante la presentación del libro en Agrado Guest House, Oaxaca, el 26 de junio de 2021.


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One response to “Libro ¿Cómo habitar un hotel?”

  1. Los hermanos* – Roxana Rodríguez Ortiz Avatar

    […] del libro ¿Cómo habitar un hotel? (Rodríguez, […]

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