¿Cómo habitar la cdmx, el país?

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Esta vez no es mi intención ser metafórica ni alegórica con el sentido de habitar como lo hice hace unos años cuando escribí el libro ¿Cómo habitar un hotel? en analogía con el trabajo de duelo que estuve obligada a realizar durante varios años.

Lo que ahora me interesa es propiamente pensar, cuestionar, ¿cómo recuperamos la calidad de vida, el estado de bienestar, el estado de derecho que hemos perdido, cedido, en las últimas décadas? Sin duda no se puede responsabilizar sólo a una persona, a un partido, a un sexenio por la impronta de carecer de una sociedad civil organizada que defiende el espacio público, el derecho a la movilidad o el derecho a tener la certeza, parafraseando a Adorno, de vivir sin miedo.

Trabajo en una universidad pública donde los asentamiento irregulares son pan de cada día, donde las calles están cooptadas por la economía informal, donde se cae el metro, donde en una avenida de dos carriles transitan diferentes versiones, por lo menos cuatro, de transporte público de mala calidad y donde las áreas verdes brillan por su ausencia, no así la basura, la suciedad, el abandono de quienes habitan las calles que circunscriben la universidad. Pero no es la única zona que está así en la cdmx, las colonias más ricas, por decirlo de alguna manera, también se vieron cooptadas por las terrazas de los restauranteros que a diario sacan sus mesas más allá de sus fronteras como una manera de acercar a más clientes, consumidores, sin ninguna regulación clara, sin importarles quién camine por las calles.

Sumado a estos escenarios, en un país maquilador de autopartes se sigue privilegiando una economía del automóvil: por todo aquel lugar con altas posibilidades de ser habitable primero se piensa en los autos, no en las personas que lo habitan, mucho menos en sus necesidades. Tropicalizamos esquemas de otras ciudades sin una identidad clara, sin una conciencia de las necesidades de la gente que habita la ciudad, mucho menos de la flora, fauna, de los otros seres que también existen.

Habitar la ciudad actualmente consiste en negar la existencia de muchas otras formas de ser y sin duda sobrevive el que tranza, quien no, no avanza. La lógica gandalla de nuestra cultura maximiza su potencia de afectar en épocas como ésta.

Los siguientes siete meses de campañas políticas serán voraces, experimentaremos la rapiña del espacio público en todo su esplendor, no sólo por parte de quienes gobiernan, también de quienes habitamos la ciudad. ¿Qué posibilidades reales tenemos de cambiar el escenario futuro? Realmente muy pocas, lo poco o mucho que logramos con respecto a un estado de derecho durante las décadas pasadas se diseminó porque creímos en la democracia y en su alternancia, no así en la construcción de una ciudadanía responsable con su entorno, con su calidad de vida. El paternalismo, contrario a todos los esfuerzos teoréticos, está cada vez más presente en el devenir de nuestras ciudades.

¿Estamos condenados como mexicanos a repetir nuestros errores? Muy posiblemente así sea hasta que de una u otra forma podamos pensar primero en quienes caminan las calles y no hablo exclusivamente del peatón, sino de quienes las habitan realmente.


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